Invocando esas palabras, da comienzo el acto de confesión católico. No quisiera que sonase irreverente, solo quería ilustrar que este fin de semana... he pecado.
Todo comenzó el viernes; teníamos una cena con la gente del trabajo, pero como ya hace días que habíamos tenido que elegir el menú, había hecho una elección bastante aceptable: una ensalada con queso de cabra y frutos secos, y de segundo, pescado. Tenía claro que no iba a comerme el postre y tampoco iba a probar el pan. Y para beber, un par de copas de vino, máximo. Estaba tan decidido, que me premié por adelantado permitiéndome el lujo de tomarme una caña (pequeña) antes de cenar, mientras esperábamos en el bar del restaurante. Y a pesar de la cañita, todo fue muy bien, porque cumplí lo planificado.
El problema fue después, cuando nos fuimos a echar la primera copa. Pedí mi acostumbrado brugal con cocacola light y... ¡oh, decepción inenarrable! "No tenemos nada light", fue la respuesta de la camarera, que se debía de llamar Eva y en vez de una manzana sostenía una botella de cocacola normal. No me hacía ni pizca de gracia meterme entre pecho y espalda unas cuantas cucharadas de azúcar disuelto en cocacola, pero la cerveza no era una alternativa mejor, y no iba a pasarme la noche a aguas. Así que me dije, "más se perdió en Cuba". Y dado lo bien que me lo estaba pasando, pensé en algún otro refrán o frase hecha que sirviese de coartada, y me vino a la cabeza aquello de que "París bien vale una misa". Así que en el bareto este terminaron cayendo dos cubatas (con cocacola normal). Luego cambiamos de garito, y el tercer cubata (creo que fue el último, pero no pongo la mano en el fuego) ya fue light.
La verdad es que tampoco suena tan terrible (todavía). Lo terrible fue la resaca del día siguiente, sábado. Para colmo, esa noche tenía otra cena (esta vez con mis amigos) y posterior cubateo. A las 8 de la tarde tenía tan mal cuerpo que a punto estuve de quedarme en casa, pero uno tiene muy a gala no quedarse un sábado en casa si no es por circunstancias muy excepcionales. Ya en el bar, mientras esperábamos a tener mesa libre, decidí emular lo de la noche anterior y tomarme una cañita. No os podéis imaginar lo maravillosamente bien que me sentó. Fue como si aquella cerveza hubiese eliminado en dos tragos mi terrible resaca. Y se despertó en mí una sed instintiva, casi desesperada, de cerveza, y a cerveza que estuve toda la santa noche. Yo no hacía más que acordarme de que la cerveza tiene no sé qué azúcar con un índice glucémico como para tumbar a un elefante (¿puede ser la maltosa?), pero nada, ¡venga cerveza! Eso sí, por lo demás, no probé ni una molécula de pan, de patata o de dulces. Solo cerveza. Y hoy, ni resaca ni nada; estoy cansado perro, eso sí, porque a mi edad lo de salir dos días seguidos debería estar prohibido, pero aunque estoy arrepentido de pecar... resacoso, no estoy.
Lo normal en estos casos (después de pecar y confesarse) es cumplir la eventual penitencia. En mi caso, está clara: tener que volver a inducción. Pero es que desde el miércoles por la tarde hasta el viernes por la noche voy a estar de viaje, y no sé muy bien qué me va a tocar comer y beber. Así que estoy temblando, porque me temo que no podré cumplir mi penitencia hasta la semana que viene. A ver mi báscula-confesora qué me dice mañana, si es bondadosa e indulgente (y no he ganado demasiado peso), o si me condena sin absolución al fuego eterno. Ya os contaré.
Todo comenzó el viernes; teníamos una cena con la gente del trabajo, pero como ya hace días que habíamos tenido que elegir el menú, había hecho una elección bastante aceptable: una ensalada con queso de cabra y frutos secos, y de segundo, pescado. Tenía claro que no iba a comerme el postre y tampoco iba a probar el pan. Y para beber, un par de copas de vino, máximo. Estaba tan decidido, que me premié por adelantado permitiéndome el lujo de tomarme una caña (pequeña) antes de cenar, mientras esperábamos en el bar del restaurante. Y a pesar de la cañita, todo fue muy bien, porque cumplí lo planificado.
El problema fue después, cuando nos fuimos a echar la primera copa. Pedí mi acostumbrado brugal con cocacola light y... ¡oh, decepción inenarrable! "No tenemos nada light", fue la respuesta de la camarera, que se debía de llamar Eva y en vez de una manzana sostenía una botella de cocacola normal. No me hacía ni pizca de gracia meterme entre pecho y espalda unas cuantas cucharadas de azúcar disuelto en cocacola, pero la cerveza no era una alternativa mejor, y no iba a pasarme la noche a aguas. Así que me dije, "más se perdió en Cuba". Y dado lo bien que me lo estaba pasando, pensé en algún otro refrán o frase hecha que sirviese de coartada, y me vino a la cabeza aquello de que "París bien vale una misa". Así que en el bareto este terminaron cayendo dos cubatas (con cocacola normal). Luego cambiamos de garito, y el tercer cubata (creo que fue el último, pero no pongo la mano en el fuego) ya fue light.
La verdad es que tampoco suena tan terrible (todavía). Lo terrible fue la resaca del día siguiente, sábado. Para colmo, esa noche tenía otra cena (esta vez con mis amigos) y posterior cubateo. A las 8 de la tarde tenía tan mal cuerpo que a punto estuve de quedarme en casa, pero uno tiene muy a gala no quedarse un sábado en casa si no es por circunstancias muy excepcionales. Ya en el bar, mientras esperábamos a tener mesa libre, decidí emular lo de la noche anterior y tomarme una cañita. No os podéis imaginar lo maravillosamente bien que me sentó. Fue como si aquella cerveza hubiese eliminado en dos tragos mi terrible resaca. Y se despertó en mí una sed instintiva, casi desesperada, de cerveza, y a cerveza que estuve toda la santa noche. Yo no hacía más que acordarme de que la cerveza tiene no sé qué azúcar con un índice glucémico como para tumbar a un elefante (¿puede ser la maltosa?), pero nada, ¡venga cerveza! Eso sí, por lo demás, no probé ni una molécula de pan, de patata o de dulces. Solo cerveza. Y hoy, ni resaca ni nada; estoy cansado perro, eso sí, porque a mi edad lo de salir dos días seguidos debería estar prohibido, pero aunque estoy arrepentido de pecar... resacoso, no estoy.
Lo normal en estos casos (después de pecar y confesarse) es cumplir la eventual penitencia. En mi caso, está clara: tener que volver a inducción. Pero es que desde el miércoles por la tarde hasta el viernes por la noche voy a estar de viaje, y no sé muy bien qué me va a tocar comer y beber. Así que estoy temblando, porque me temo que no podré cumplir mi penitencia hasta la semana que viene. A ver mi báscula-confesora qué me dice mañana, si es bondadosa e indulgente (y no he ganado demasiado peso), o si me condena sin absolución al fuego eterno. Ya os contaré.
3 comentarios:
jo, yo también he estado de viaje, y eso que no me he saltado Atkins, eh? pero supongo que ni la cetosis perdona el pegarse las 24 horas del día zampando
bueno, he recuperado lo que perdí al principio de semana, espero volver a quitármelo sin problemas, snifff, que frustración!!
Oye, por cierto, la cerveza sin también será un camión de hidratos, no?
Pues nada, ahora penitencia. Si tú has pecado con lo que cuentas ... yo voy a ir al infierno, porque ni con confesión me libro yo.
Aix.... la verdad yo lo del alcohol tambien lo llevo mal mal mal!!! pk que es eso de salir de fiesta y no poderse tomar un cubata????
Con el balon de momento no he tomado nada, peró ya son 2 findes que.... aix....!
Pero bueno!, Otra vez a inducción! Ya sabes, los 3 primeros dias de inducción son los de penitencia! jajaja
Un abrazo
Publicar un comentario