Así pues, aun con unos pocos días de retraso, les dije adiós a los hidratos de carbono "malos", y en unos meses había bajado de 93.8 a 82, prácticamente 12 kilos, sin sensación de hambre, exultante de energía y vitalidad. Mi amigo Juan llegó a perder no sé si 13 ó 14 kilos, con idénticos buenos resultados. Tanto en su caso como en el mío, las analíticas de sangre fueron mejores que otras anteriores en casi todos los parámetros: la única salvedad fue el ácido úrico, que a los dos nos aumentó ligeramente, pero sin que ello nos ocasionase problema alguno. Aplicábamos con devoción casi religiosa los principios de Atkins (e incluso amenazamos a los demás con irnos en peregrinación al sepulcro del cardiólogo norteamericano). Si salíamos con amigos de tapeo, prescindíamos de todo lo que llevase patata, harina, pan, etc. Pero como escribió hace poco Elvira Lindo, eso de "salir de tapas" es como llamamos en realidad a comernos un cerdo a base de cañas. Y si eliminamos de la ecuación las cañas, y las cambiamos por cocacola light (o un poco de vino tinto de vez en cuando), pues por Atkins no hay ningún problema. Incluso en ocasiones especiales nos permitíamos algún cubata, eso sí, regado también con cocacola light.
Fue un proceso divertido, con sus propios rituales. Por ejemplo, orinar cada mañana sobre la consabida tira reactiva para la detección de acetona, pequeño rito que la mayor parte de las veces suponía un pequeño triunfo y una gran motivación. Además, descubrimos la "faseolamina", nuestra aliada cuando en alguna quedada con amigos sospechábamos que terminaríamos cenando en un italiano y no íbamos a poder escapar de la pasta y la pizza. No sé si esta fibra de judía será muy efectiva (tengo la sensación de que sí), pero desde luego, ayuda a pasar el mal rato con menos sentimiento de culpabilidad.
La Navidad del 2007 no supuso más que un pequeño parón en la pérdida de kilos, pero me porté bastante bien. Cuando dejé de fumar, el día 2 de febrero de 2008, pesaba en torno a los 82-83 kilos. No me fui difícil mantener ahí al principio, pero poco a poco empecé a levantar el pie del acelerador. Supongo que mi cabeza me decía "venga, lo estás haciendo muy bien con lo del tabaco, puedes permitirte unos cuantos carbohidratos de vez en cuando". Sin darme cuenta, los caprichitos empezaron a ser cada vez más frecuentes. En verano, no pude evitar darme a la rica y fresca cañita, un día sí y otro también. Y cada vez me iba volviendo más y más permisivo.
Los kilos fueron aumentando muy despacio, al principio, de forma casi imperceptible, el típico kilito o par de kilitos que sabes que te puedes quitar en unos pocos días. Pero no hacía nada por quitármelos. Las pre-Navidades de este año han sido especialmente nefastas, con un abandono total de los principios que me habían llevado al éxito. La última vez que me pesé, hace ya un par de semanas, estaba cerca de los 89. Desde entonces, decidí que iba a pasar la Navidad como buenamente pudiera, y que después, volvería a empezar de nuevo...
Todo el mundo sabe que, aunque estemos en Navidad, a toda Pasión le sigue su Resurrección. Así que aunque sea con retraso... ¡Feliz Navidad!
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