En Palermo estaba alojado en el Convitto Marconi, una residencia universitaria muy cerca del campus, en via Monfenera; a medio camino entre la residencia y la facultad, había un puesto de comida callejero, donde descubrí uno de los manjares de la comida popular siciliana: el panino (bocadillo) de panelle. Las panelle son una especie de tortitas de harina de garbanzo, cuyo peculiar sabor adoraba, y que se comían en un bocadillo tipo burguer. Casi cada día caía uno de esos paninos, a veces de camino a la mensa (comedor), que estaba en el propio campus. Por la noche, en la mensa hacían una pizza riquísima en horno de leña. Algunos días, en lugar de ir a la mensa, preferíamos comernos algo por ahí (por ejemplo, unas arancine, una especie de bolas de patata rellenas de arroz). En fechas próximas a la Navidad, también conocí las frutas de mazapán (típicas de Sicilia) y el panettone.
Volví a Zaragoza justo para Navidad, y entre los kilos que me traje de Palermo y la puntilla que supuso la Navidad, me había plantado en 83 kg. Creo que ya no conseguí bajar mucho más de ahí. Acabé aquel año la carrera, al año siguiente tuve un trabajo a media jornada en una agencia inmobiliaria que me permitía obtener un dinerillo mientras estudiaba el CAP (un curso de especialización pedagógica para poder trabajar de profesor). Y después, llegó la ansiada emancipación. Y lejos de perder ni un solo kilo de aquellos que me eché encima en Palermo, fui echándome alguno más, al parecer, de forma casi imperceptible para mí o para la gente que me veía con asiduidad. O eso creía yo.
2 comentarios:
¿eres profesor? me tienes intrigada sin saber a qué te dedicas.
jajaja, sí, soy profe, ¿¿por??
Publicar un comentario