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martes, 9 de diciembre de 2008

Mi abuela, o la anti-Antidieta

En mi casa, la cocinera era mi abuela, que además de buena cocinera, era una mujer criada en las penurias de la posguerra española. Para ella, como para muchas mujeres de su tiempo, la comida buena y abundante, muy abundante, era el más preciado símbolo de amor que podía dar a sus hijos y nietos. Yo, sin ningún convencimiento, aseguraba que en cuanto me fuera de casa me sería mucho más fácil no caer en esas tentaciones gastronómicas que, a todas luces, violaban los principios que tanto peso me habían permitido perder.

Estaba claro que mi abuela no comulgaba demasiado con ciertos principios de mi sagrada Antidieta. Con otros sí; en mi casa, la verdura era primer plato obligado a diario, la ensalada, un maná inagotable, pero también eran abundantes las legumbres, la carne, el pescado... y algún día, arroz, pasta... Pero, en mi casa, como es tradicional en Aragón, y en el resto de España igual, la fruta siempre se comía después de la comida, como postre, independientemente de que también se pudiese comer entre horas. Pero la adecuada combinación de los alimentos, a mi abuela, le sonaba a chino. Así que yo pretendía convencerme de que el día que me emancipase, perdería los kilos de sobra.

(Nada más lejos de lo que había de ocurrir realmente, por supuesto).


(La imagen no es de mi ya difunta abuela, la he bajado de internet porque me ha parecido graciosa y significativa de lo que pensaba ella sobre mis teorías...)

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