Free counter and web stats

domingo, 21 de diciembre de 2008

Sé lo que comisteis el último verano...


Corría el verano del 2007. Después de haberme leído con avidez La nueva revolución dietética del doctor Atkins, no quise cometer el mismo error que don Quijote cuando salió por primera vez a desfazer entuertos: hacerlo él solo. Como no tardó en comprender el ingenioso hidalgo manchego, para ciertas cosas se necesita un compañero de aventuras y desventuras, un escudero, en su caso. Yo decidí que tenía que embarcar a alguien más en mi "plan" (cuando emprendo algo importante me gusta embarcar siempre a alguien más), y encontré a ese alguien en mi amigo Juan. Solo que aquí, en cuanto a porte, los dos nos asemejábamos más al orondo Sancho Panza que al caballero de la triste figura.

Después de tanto oírme hablar del dichoso libro, mi amigo Juan decidió leérselo. Pasamos horas comentando lo que nos parecía todo aquello, y como faltaba poco para "la semana en la playa" (la última semana de agosto, en la que cada año unos cuantos amigos intentamos juntarnos), nos resultó fácil poner una fecha a partir de la cual nos pondríamos los dos mano a mano con la "dieta Atkins". Empezaríamos en septiembre. Eso sí, haríamos de "la semana en la playa" una auténtica "despedida de los carbohidratos", un festival de todo aquello de lo que nos tendríamos que privar durante una larga temporada.

Con la aquiescencia de los demás, Juan y yo nos encargamos de dirigir la macro-compra del primer día, y así pudimos hacer acopio de todas las posibles variantes de hidratos de carbono "prohibidos": croissants, tostadas y galletas para el desayuno, pasta y pizza como ingrediente principal para varias comidas y cenas, pan sin medida (de barra, tostado y de molde), y para picotear, ganchitos con sabor a cacahuete y patatas fritas. Como bebida, un poco de vino tinto, mucha cerveza y algo de gaseosa para mezclar. Todo ello adornado con un poco de ensalada y fruta, más decorativa que otra cosa. Ah, y cocacola, eso sí, light, para compensar.

Si alguien se alegró de que acabase aquella semana, sin duda fueron nuestros islotes de Langerhams, que aunque suene a simpático archipiélago ártico, en realidad son el pintoresco nombre que reciben las células del páncreas encargadas de la producción de insulina. Debieron de quedar exhaustos, los pobres.

Tal como nos habíamos juramentado ante numerosos testigos, el día 1 de septiembre tendría que haber sido el día D, el Big Bang de la lipólisis. Pero en mi caso, no lo fue. Ni ese, ni el siguiente ni el otro. El día que empecé de verdad fue el día que Juan me contó que él sí había comenzado el día 1, y que había perdido dos kilos en esos cuatro días. Él estaba exultante, y yo, celoso. Al día siguiente, recibí una inyección adiconal de motivación: al pesarme, me di cuenta de que había alcanzado los 93.8 kilos. Había batido todos mis récords. Era hora de pasar página al verano y a los hidratos de carbono.

No hay comentarios: