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miércoles, 10 de diciembre de 2008

Los problemas crecen... ¿o son los kilos?

Cuatro años después de mi emancipación, había alcanzado los 87 kg., cuatro más sobre los que ya me había cogido en Palermo. Y fue justo entonces cuando se cruzó en mi vida otro libro: Es fácil dejar de fumar (si sabes cómo), de Allen Car. ¡Era increíble! ¡Ese libro me estaba haciendo sentir (esta vez respecto al tabaco) esa chispa, esa motivación, que había encontrado por primera vez en La Antidieta! Por supuesto, dejé de fumar. Efectivamente, como prometía el libro, no me costó dejarlo, no me sentí angustiado en ningún momento. Eso sí. Nueve meses después, cuando volví a fumar, me había echado encima otros seis kilos más. Es decir, estaba llegando a los 93 kg. No sé hasta qué punto influyó el tema del peso en que volviese a fumar. El médico me había dicho que no me preocupase, que esos seis kilos eran los más sanos que me había cogido nunca, y que ya los perdería. Es verdad que yo le fallé al bueno de Allen (el libro decía que "ni un cigarro más, nunca", y yo no creí posible que "por sólo uno más" fuera a pasar nada... y sí, pasó, pasó), pero Allen no me había dicho del todo la verdad cuando me dijo que con su método uno no se engordaba. Es cierto que yo no sentí esa ansiedad que se suele sentir cuando dejas de fumar, es cierto. Pero engordé.



En total, desde que empecé a interesarme y preocuparme por mi peso, había pasado de 78 kg. a casi 93, en algo más de diez años. Luego acudí a una dietista de la que me habían hablado bien, y también con una dieta saludable y llevadera conseguí rebajar unos diez kilos. En un margen de un par de años los recuperé todos, eso sí.

De todos modos, todo esto no era tan catastrófico como pueda parecer numéricamente, porque no sé por qué endemoniada razón, en el día a día no me veía "gordo", me veía "yo". De hecho, era de esas personas que en sus relaciones sociales se permitía el lujazo de bromear con su propio peso. Por un lado, me parece que es síntoma de una envidiable sanidad mental, pero por otro, da pie a que algún desconsiderado se permita hacer bromas no con su peso, sino con el tuyo, y eso puede dar al traste con la más envidiable de las saludes mentales, especialmente cuando a uno le pesa su sobrepeso (valga tan estúpido y previsible juego de palabras).

Ahora que he nombrado de pasada a los desconsiderados (y desconsideradas) que bromean con el peso ajeno, me gustaría referirme a lo que podríamos llamar "los momentos bomba", esos momentos en los que te haces dolorosamente consciente de que los demás parecen recobrar la vista y descubrirte -como si tú no lo supieras- lo gordo que estás respecto a como ellos te recordaban). Desolador, ¿no? Otro día lo cuento...

1 comentario:

Melora dijo...

Yo también tuve ese libro pero no lo conseguí, solo lo he conseguido con hipnosis.